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Leyendas de Cusco

Como siempre hemos mencionado en notas pasadas, la gran ciudad de Cusco fue antiguamente la capital del majestuoso imperio del Tahuantinsuyo. Hoy en día, somos los herederos de una cultura milenaria. Esto se ve reflejado no solo en los complejos arqueológicos que aún han sobrevivido por toda la ciudad y el Valle Sagrado, sino también por la arquitectura de muchos de sus edificios que aún han sobrevivido y por la tradición oral que hasta el día de hoy se mantiene viva.

En esta oportunidad, te vamos a compartir cinco mitos y leyendas que tienen como origen al ombligo del mundo.

La Leyenda de los Hermanos Ayar

En el pasado ya te hemos hablado de la leyenda de los Hermanos Ayar como un relato lleno de magia y misticismo. El monte Tampu Tocco se vio afectado por un fuerte diluvio. Se dice que de la cima de este lugar aparecieron cuatro jóvenes hermanos, cada uno con su respectiva esposa. Ellos eran: Ayar Manco y Mama Ocllo, Ayar Cachi y Mama Cora, Ayar Uchu y Mama Rahua y Ayar Auca y Mama Huaco; quienes junto a diez “ayllus” ( organización inca que agrupa a 10 familias) emprendieron un largo viaje en busca de tierras fértiles donde pudieran establecerse.

En el camino, cada hermano fue cayendo hasta quedar en pie únicamente Ayar Manco junto a su esposa Mama Ocllo. Con el pasar de los años de largas caminatas, el bastón de oro que le regaló el dios Inti logró hundirse en tierras fértiles, lugar que hoy en día conocemos como la ciudad de Cusco y fue así como se fundó el Tahuantinsuyo, el cual más tarde se convertiría en el Imperio de los Incas.

La Leyenda de Manco Cápac y Mama Ocllo

Si bien existen distintos relatos sobre los orígenes del imperio del Tahuantinsuyo, la leyenda de Manco Cápac y Mama Ocllo es la más conocida de ellas. En épocas muy antiguas, el dios Inti envió a sus dos hijos, Manco Cápac y Mama Ocllo, para que pongan orden dentro del anarquismo que se vivía entre los pueblos existentes en Cusco. El objetivo de enviar a sus hijos era emprender una campaña de enseñanza y de aprendizaje para civilizar a las personas.

De esta manera, Manco Cápac y Mama Ocllo emergieron del Lago Titicaca, en Puno, y empezaron el recorrido por las tierras andinas. El dios les dio a cada uno una barra de oro para que la enterraran en los lugares a los que llegasen y se asientan en el sitio donde esta se hundiera.

Estas barras se terminaron hundiendo en el Valle de Cusco, lugar donde se quedaron para hacer crecer un pequeño señorío. Manco Cápac y Mama Ocllo entonces, se dedicaron aquí a enseñar todas las artesanías, técnicas y demás obras necesarias para sacar a las personas andinas de su primitivismo.

Esta leyenda explica cómo es que los peruanos hemos aprendido las técnicas de la agricultura, la ganadería, la cerámica, la textilería, el arte culinario, etc.

La Leyenda del Cóndor

Cuenta la leyenda que en un pueblo de Cusco vivía un señor con su hija pequeña. Todos los días, un joven elegante vestido de negro con bufanda blanca y sombrero iba a visitar a la hija de este señor para salir a jugar. Con el tiempo, se volvieron muy buenos amigos ya que jugaban de todo. Un día, este joven decidió jugar a cargarla y la niña se percató de que estaban volando por los cielos.

El joven dejó a la niña en un nicho al borde de un barranco y se transformó en un bello cóndor. Durante los siguientes meses, esta ave se encargó de cuidar y criar a la niña y, después de unos años, ella se convirtió en mujer y dio a luz a un hermoso niño, hijo del cóndor. Lamentablemente, la niña, ahora mujer, lloraba día y noche diciendo que extrañaba mucho a su padre a quien había dejado en el pueblo, pero el cóndor hacía oídos sordos y mantenía cautiva a la pobre mujer.

Un día, un picaflor apareció por el nicho del barranco. Cuando lo vio, la joven le dijo entre lágrimas «¡Ay, picaflorcito, mi picaflorcito! ¿Quién como tú? ¡Tienes alas! Yo no tengo ninguna manera de bajar de aquí. Hace unos años, un cóndor convertido en joven me trajo aquí. Ahora soy mujer y he dado a luz a su niñito». El picaflor, conmovido por su llanto, le prometió buscar a su padre y contarle todo lo sucedido para así partir a su rescate. Ante esto, la joven le dijo «Escúchame, picaflorcito. Conoces mi casa, ¿cierto? En mi casa hay cientos de flores bellas. ¡Te aseguro que si tú me ayudas, todas las flores que hay en mi casa serán para ti!».

Ante tal enunciado, el picaflor fue volando al poblado. Ubicó con facilidad al señor padre y le contó lo sucedido. Eso sí: para poder partir al rescate, la pequeña ave le dijo al señor que debían llevar a un burro viejo y a dos sapos al viaje de rescate. Cuando llegaron al fondo del barranco, dejaron al burro viejo ya muerto para que el cóndor se distraiga comiéndoselo. Escalaron el barranco, rescataron a la joven del nicho y dejaron en su lugar a los dos sapos. Uno era más grande que el otro.

Una vez efectuado el rescate, la joven regresó a vivir feliz con su padre en el pueblo. Como último detalle de este tan minucioso plan, el picaflor fue donde estaba el cóndor y le dijo: «Oye, cóndor. ¡No sabes la desgracia que ha sucedido en tu casa! Tu mujer y tu hijo se han convertido en sapos». El cóndor, muy preocupado se fue volando a ver qué había sucedido, pero ni la joven, ni su hijo estaban dentro del nicho. Solo dos sapos habitaban ahora su hogar. El ave rapiña se asustó, pero nada pudo hacer. 

A partir de ese momento, el picaflorcito está todos los días entre las flores en la casa de la jovencita. Mientras ella, su hijo y su padre viven felices en la comunidad.

La Leyenda del Tesoro de Llanganates

Como bien nos cuenta la historia, en 1532, cuando Francisco Pizarro fundó la ciudad de San Miguel de Piura como comienzo de la conquista del imperio Inca, tiempo antes de la captura de Atahualpa en Cajamarca, el poderoso emperador no tardó mucho en notar que los españoles sentían una gran apreciación por el oro. 

Este es el motivo por el que el gobernador se comprometió a llenar una habitación de oro, conocida como Cuarto del Rescate, a cambio de su libertad. Si bien Pizarro accedió al trato, optó por no confiar en el emperador Inca debido al gran poder de influencia que este tenía sobre el resto de sus seguidores. Por ello, no cumplió con el acuerdo y el destino de Atahualpa fue la muerte por garrote a manos de los españoles en 1533. La pena de muerte se ejecutó antes de que el Cuarto del Rescate llegue a manos de ellos.

La leyenda cuenta que el general incaico Rumiñahui se dirigía a Cajamarca con un estimado de 750 toneladas de oro trabajado para el rescate, pero cuando supo que Atahualpa había sido asesinado, este volvió a Quito (Ecuador) y trasladó el tesoro hasta la cordillera de Llagantis. Una vez ahí, encontró un lago y tiró todo el tesoro. A pesar que fue capturado, apresado y torturado por los españoles, él se mantuvo leal a su difunto emperador nunca jamás reveló la ubicación del tesoro.

La Leyenda de la Visión de Yupanqui

Este relato nos cuenta que Túpac Yupanqui, hijo del Inca Pachacútec, fue a visitarlo en la época previa a su ascenso al trono. Después de un tiempo de viaje, llegó a una fuente donde vio cómo un pedazo de cristal caía dentro de esta. En este vidrio vio el reflejo de un hombre vestido como líder de los Incas y de su cabeza salían tres rayos del sol.

Túpac Yupanqui, asustado, intentó salir corriendo del lugar, pero una voz le dijo que no tema pues la visión que se le había presentado era del dios Inti. Esta voz le dijo también que él conquistaría muchos territorios y que debía siempre recordar y hacer sacrificios en honor a su padre, el Sol.

Tiempo después, Túpac Yupanqui sucedió a su padre como el nuevo emperador del Tahuantinsuyo, y entre los edificios que ordenó levantar, hizo que se construya una estatua del Sol tal y como se le había presentado en aquella fuente de agua, así como numerosos templos para adorarlo.

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